Juli podría ser, de verdad, la pequeña Roma de América. Podría, de no ser por la nefasta gestión que hace de su rico patrimonio. La iglesia de Santa Cruz de Jerusalén es el ejemplo más sagrante de que la entrada en la gestión de los templos del Instituto Nacional de Cultura no ha servido para poner en valor el patrimonio local. Principalmente por falta de presupuesto, el templo aguarda en ruinas a que un rayo o un temblor acabe con él. Dicen que por la noche, espíritus malignos recorren sus muros.


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